De Buenos Aires a La Estaca (El Hierro). Apuntes de una travesía en solitario, o “como navegar con poco dinero ” -2-
II
RÍO DE LA PLATA
Preparación y prueba
Transcurren rápidamente 30 días de actividad enloquecida antes no estoy listo para efectuar la primera salida a la mar y una prueba a fondo del barco y su equipo.
Al mediodía suelo recalar en un chiringuito situado justo a la salida de la marina, en donde se come barato y bien y, al no tener que cocinar, me cunde más el día.
Por las noches, a menudo, Don Paco me invita a cenar fuera. Es buena gente y estupendo conversador amén de aficionado al buen vino, así que estas cenas resultan agradables, instructivas y ligeramente ebrias; creo que en el fondo tiene una sana envidia de mi próxima aventura y apoya incondicionalmente el proyecto. Su ayuda es inestimable, tanto por su guía a la hora de encontrar proveedores, como al permitirme el uso sin restricciones de todas sus herramientas y, sobretodo, por su aliento y consejo.
Los fines de semana Claudio organiza en su casa estupendos churrascos donde reina siempre el buen humor. Sus amigos me llaman “gallego” que es como se llama por aquí a los españoles en general. Siempre recordare con cariño esas veladas y el afecto y respeto con que me trataron; esto último extensible, en general, a todos los argentinos con los que tuve trato por un motivo u otro.
Mi primera intención era partir al principio del otoño (primavera en el hemisferio norte) y evitar los malos tiempos que en estas costas pueden empezar a mediados de abril, pero queda un montón de cosas por hacer y será difícil zarpar antes de esa fecha. Para avanzar los trabajos pendientes, los últimos ocho días Claudio viene a trabajar a bordo diariamente.
El plan inicial de travesía es navegar directamente hasta los Abrolhos, un diminuto archipiélago situado a unas cuarenta millas de la costa del estado brasileño de Espíritu Santo, o sea: 1.500 millas desde Buenos Aires.
En este mes he conocido a fondo —estáticamente— el barco y he corregido la mayoría de los problemas que presentaba, excepto el mayor y más preocupante de ellos que a punto ha estado de hacerme abandonar la idea del viaje. A la altura de la carlinga hay dos varetas podridas y aunque las cuadernas adyacentes están sanas, puede decirse que esa zona no está en las deseables condiciones, siendo precisamente la parte del barco que recibe y soporta los esfuerzos transmitidos por el mástil. Para reparar adecuadamente el daño, tendría que sacar el palo de su lugar y, casi con seguridad, el barco del agua. Desde luego mi presupuesto no me lo permite, además de que supondría un retraso que haría imposible mi plan de viaje. Así que me limito a efectuar una reparación bastante chapucera y trato de convencerme de que no es tan serio el daño, haciéndome la promesa de navegar de forma conservadora sin forzar nunca el barco. Secretamente sé que me estoy engañando, pero asimismo estoy convencido de que “el que no arriesga no gana” y que aquel que quiere estar absolutamente seguro de todo, jamás parte. Así que procuro olvidarme de ese insoluble problema y concentrarme en resolver aquellos que están a mi alcance. Una multitud de pequeños trabajos necesarios para preparar el barco para una larga travesía, además de aquellos otros necesarios para poner la embarcación “a son de mar”. Hay que tener en cuenta que “Finisterre” solo estaba razonablemente preparado para pequeños cruceros de verano en el Río de La Plata y en consecuencia su equipo era mínimo, lo que es normal en un barco en venta.
El tiempo no acompaña: viento frescachón del Sureste y mucha lluvia. Las mareas acá con viento del SE -la dirección a la que está orientado el Río de La Plata- son extraordinarias; con marea alta el agua llega a cubrir los muelles al superar el nivel máximo ordinario en un par de metros. La marina parece un lago repleto de barcos fondeados y extrañamente alineados. La explicación del fenómeno parece simple: digamos que el viento empuja la masa de agua contenida en el Río de La Plata hacia sus orillas haciendo crecer las aguas.
Mientras esperamos a que escampe, aprendemos a convivir en tan poco espacio, nos conocemos mejor, experimentamos en el arte culinario y dormimos.
El día 24 amanece de forma parecida, pero hacia el mediodía mejora notablemente. Por fin, a las cuatro de la tarde partimos hacia Puerto Nuevo, en B. Aires. Pasadas las cinco ya estamos navegando en el Río de La Plata en una cómoda ceñida con génova y mayor en el primer rizo; la mar esta solo rizada y sopla una brisa del SSE que hace que nos deslicemos sobre las aguas fangosas de esta parte del mar-río a una velocidad de tres nudos.
Con esta mar, cazamos las escotas y apurando la ceñida conseguimos entre 35 y 40 grados respecto al viento aparente; probablemente sean 50 grados en travesía, lo que no está nada mal.
En ceñida o a un descuartelar el barco quiere mantenerse a rumbo con la caña amarrada y seguro que lo hará con facilidad en cuanto lo conozca mejor y consiga reglarlo adecuadamente.
Escampa definitivamente y queda una tarde hermosísima. Cambiamos de bordo al mismo tiempo que el viento tiende a calmar. Después de cuatro horas de placida navegación entramos y fondeamos en la rada de Puerto Nuevo.
Comentamos satisfechos y entusiasmados las impresiones de esta primera navegación. Todo ha funcionado excepto la corredera —que nunca lo hará—. La vela mayor con el primer rizo pinta fenomenal, lo mismo que la génova; la jarcia firme de primera. El barco ha hecho un poquito de agua que con escoras de 25/30 grados no ha desbordado la exigua sentina. Lo que más me gusta del Finisterre son sus amplios pasillos limpios de obstáculos en la cubierta que te permiten correr de un extremo a otro del barco.
Claudio ha resultado ser un excelente piloto, conoce al dedillo esta parte del Río de La Plata sembrada de pilotes, tuberías, bajos y otros peligros para la navegación. Cenamos pronto y nos vamos a dormir.
El día 25 a media mañana arrancamos el motor, levamos el ancla y zarpamos. Ya fuera del puerto izamos la vela mayor sin rizar y la génova, pero apenas hay viento, así que seguimos a motor hasta que se establece una ventolina del SE que ceñimos a nudo y medio. La mayor tiene bastante bolsa cerca del pujamen, lo que no viene del todo mal con ventolinas como ahora; como es tan grande a poco que arrecie el viento hay que tomar el primer rizo, desapareciendo entonces la mencionada bolsa. La vela ha sido reparada convenientemente y se le han instalado dos fajas más de rizos. A las cuatro de la tarde el poco viento que hay rola al Oeste, por lo que atangonamos la génova por estribor y navegamos a orejas de burro cerca de una hora, hasta que el viento rola al Sur y arrecia un poco; entonces largamos el tangón y navegamos al través a unos tres nudos. Más tarde caemos a estribor y nos acercamos a la costa. Pasadas las ocho de la tarde damos fondo en 6,5 metros de profundidad con 35 de cadena. Estamos a 4 millas al NNW del canal de acceso al puerto industrial de La Plata (Ensenada).
El barco ha quedado requeteprobado en ventolinas: En algún momento la velocidad del viento apenas alcanzaba los dos nudos, sin embargo nos movíamos. Ayudados por la corriente, en 8 horas y 45 minutos recorrimos 32 millas.
Nos movemos un tanto, al fin y al cabo estamos fondeados en mar —o río— abierto. Curioso lugar el Río de la Plata donde se puede fondear tan lejos de la costa y curiosa la historia de su descubrimiento:
Los navegantes portugueses Nuño Manuel y Cristóbal de Haro señalan por primera vez en 1.514 la existencia de un gran caudal de agua en esa parte del continente, supuestamente el actual Río de La Plata.
En febrero de 1.516 Juan de Solís descubre propiamente lo que él denomina “Mar Dulce” y reconoce la parte septentrional que corresponde al actual Uruguay, donde es muerto y posteriormente comido junto con otros expedicionarios.
La expedición de Fernando de Magallanes, en 1.520, recala en el “Mar de Solís”, como lo llaman en esta ocasión, y comprueba que el agua es mayormente dulce con lo que prosigue hacia el sur a la búsqueda de un paso hacia el Océano Pacífico —entonces llamado Mar del Sur—.
En febrero de 1.527 aparece en el Río de la Plata Sebastián Caboto (hijo de John Caboto) quien presuntamente lo bautizó de este modo. Parece ser que para justificar su fracaso delante de sus valedores —la expedición originalmente se dirigía hacia Las Molucas— exageró los objetos de plata obtenidos de los nativos (objetos que en realidad provenían del Perú), nominando como Río de La Plata al hasta entonces Mar de Solís o Mar Dulce, término este último que estaría más de acuerdo con la realidad. Existe otra versión que dice que el nombre le viene del color del agua que en algunas ocasiones, según la crecida, puede llegar a parecer de color plata sucia.
Finalmente la expedición de Pedro de Mendoza en 1.536 reconoció con más detalle las dos orillas y fundó el primer establecimiento de la ciudad de Buenos Aires.
Me toca a mí hacer la cena, pero no me importa porque tengo hambre y cocinar en el Finisterre, después de la adecuación de la cocina, es de una comodidad inusitada. Se cocina sentado en la tapa de la caja que contiene el motor —que queda a la altura correcta para la longitud de mis piernas— y mirando hacia proa. A babor están los dos fuegos con doble cardan, un estante para cosas de uso frecuente (cerillas, sal, azúcar, aceite, café y arroces), una pequeña superficie de trabajo y debajo un armario con los cacharros de cocina. A estribor la pileta con caño de agua salada accionada por una bomba sencilla de pie, un estante para especias, almacenes para platos, vasos y cubiertos, otra pequeña superficie de trabajo y debajo la nevera de hielo que utilizo como despensa. En popa y a mi espalda (debajo del puente) un armario de doble hoja con botellas, vasos, tarros y otros productos. A estribor y más a popa (en la conejera de estribor) algunos bidones de agua potable, una caja de madera conteniendo verduras y un saco con el pan. Entre las dos secciones de la cocina —babor y estribor— encaja una tabla movible con topes que sirve como superficie principal de trabajo y mesa. En definitiva todo se encuentra muy a mano, la posición es cómoda, muy ventilada y el cocinero puede comunicarse fácilmente con su compañero situado en el interior o en la bañera. Para ello solo he tenido que fabricar algún estante, poner topes en ellos y en las superficies de trabajo, elevar un poco los fogones, colocar cáncamos y fabricar la mesa y sus enganches. Creo que ahora podremos cocinar sea cual sea el estado de la mar, que es de lo que se trata en una cocina de un barco oceánico.
A medianoche el viento rola al Oeste y se levanta marejada; las socolladas de la cadena aconsejan abozarla con un cabo flexible para poder dormir. El viento arrecia en el transcurso de la cada vez más incomoda nochecita. El ancla está probando ser excelente.
No consigo dormir, pero no me importa pues estoy leyendo y disfrutando el relato —South— de la expedición a la Antártida encabezada por Ernest Shackleton en 1.914. Me parece una gesta extraordinaria, en especial la travesía realizada en la ballenera de 6 metros de eslora “James Caird” desde la isla Elefante [61º de latitud Sur] hasta la isla de San Pedro. Un viaje de 800 millas a través de uno de los mares más tempestuosos y fríos del mundo.
Después de desayunar nos hacemos a la vela, luce el sol y un flojo viento del Oeste nos impulsa sobre una mar rizada. Por la tarde el viento arrecia y rola al WSW, arriamos la génova e izamos por vez primera el foque. Este me decepciona mucho, tiene mucha bolsa y no sirve para ceñir; tendré que conseguir uno adecuado. Con todo, remontamos el viento dando algún pantocazo, ya que se ha formado un mar corto muy incomodo. Sigue arreciando, pero mantengo un solo rizo en la mayor para forzar un poco y que rompa lo que no esté en condiciones. A las cinco vamos francamente pasados de trapo, metemos la cubierta en el agua casi constantemente. En la sentina hay más agua, no mucha, pero muy escandalosa con el barco tan escorado. A las ocho estamos en la bocana de Puerto Nuevo. El motor se niega a arrancar; probablemente con el meneo habrá entrado aire en el circuito de combustible. Efectivamente, después de purgar arranca sin problemas. Nos abarloamos un momento a un remolcador mientras Claudio salta a tierra a conseguir cigarrillos. Volvemos a fondear en el mismo lugar que anteayer.
Al día siguiente —24— con sol y una buena brisa conseguimos, con todo el trapo arriba, cinco nudos hasta que, frente a Puerto Olivos, el viento amaina y arrancamos el motor para remontar mejor la corriente. A las cinco de la tarde atracamos de vuelta en la Marina del Sol.
RÍO DE LA PLATA INTERIOR
Hemos navegado 110 millas y, como Claudio y Finisterre, estoy muy satisfecho de la prueba. El barco ha mostrado sus cualidades y los trabajos que efectuamos en él han resultado eficaces. La embarcación ciñendo hace agua, aunque no de manera excesiva, supongo que por la zona de la carlinga. Con las enseñanzas de la prueba confeccionamos una nueva lista de trabajos. Estamos en Otoño y deberíamos zarpar cuanto antes, pero además de esos trabajos, debo procurarme un bote neumático, otra ancla, un buen foque de trabajo y otros pertrechos de menor entidad.
Los últimos días son de autentica locura. Con la ayuda del hermano y el primo de Claudio, limpio fondos bajo el agua. Santiago, propietario del majestuoso “Joanne” —un balandro de 15 metros de eslora diseñado también por Germán Freers— me regala alguna carta y me deja fotocopiar otras. Él mismo me lleva a recorrer diversas tiendas de náutica hasta que, tras un largo regateo, compro un bote hinchable de 2 metros de eslora en PVC con piso de madera, nuevo a estrenar por ¡sólo 80 dólares con remos incluidos! Don Paco me fotocopia el derrotero de la costa sur de Brasil y pone su automóvil a mi disposición para la compra de víveres y combustible.
El penúltimo día compro un ancla Danforth de 16 kilos de segunda mano en muy buen estado, también un foque de trabajo Hood prácticamente nuevo.
A última hora me entregan el nuevo tormentín confeccionado por UK sailmakers. Estibamos la enormidad de comida y estupendo vino argentino que hemos adquirido, ponemos el barco a son de mar y parece que ya está todo listo para la partida. Me quedan sólo 740 dólares que tendrán que alcanzarme hasta España o a donde sea el término del viaje que vamos a emprender.
A la hora de elegir barco, el condicionante principal es el dinero que a su vez determinara el tamaño, ya se sabe: a mayor tamaño, mayor coste. De manera que ¿cuál será el tamaño mínimo que satisfaga nuestras necesidades personales? Nuestra altura es determinante, pues es importante disponer de un espacio en el que poder estar de pie, así que los/las bajitos/bajitas lo tendrán más fácil. Otro factor determinante es el número de ocupantes previsto porque, al margen del espacio físico necesario para cada individuo, habrá que tener en cuenta el espacio necesario para la estiba de las provisiones y agua. Este último aspecto será también determinante según la duración de la travesía que se proyecte. En relación a la seguridad, creo que, el tamaño del barco no tiene mayor importancia, los barcos pequeños, únicamente serán más incómodos y más mojados con mal tiempo. Por otro lado cuando menor el barco, menos trabajo en las maniobras y en su conservación, además de menores costes de mantenimiento. Con todo, me atrevería a sugerir un mínimo de 2,6 toneladas de desplazamiento o peso que, dependiendo del tipo y material de construcción, de las formas, manga y calado, corresponderán a entre 6 y 9 metros de eslora.
Trabajos realizados antes de zarpar:
.-Recorrido a fondo del casco.
.-Instalación de varias tablillas de refuerzo del forro, atornilladas por su interior, en aquellas partes donde las tablas no eran de una sola pieza.
.- Refuerzo de la zona de la carlinga.
.-Reparación de los cadenotes y calafateo, a su altura, del forro.
.-Instalación de tres cables de acero inoxidable con sus correspondientes tensores entre los cadenotes de cada banda, pasando por debajo de la pequeña sobrequilla que soporta la carlinga.
.-Recorrido y mejora de la instalación eléctrica.
.-Recorrido a fondo de la jarcia firme, templado y reglaje de la misma, sustitución de pasadores, reparación del violín (martingala, en Argentina).
.-Instalación de estantes en el pañol de popa.
.-Adecuación de la cocina.
.-Instalación de una mesa de cartas plegable en la cara de popa del sofá de babor.
.-Cambio de ubicación de la bomba de achique.
.-Refuerzo de la base de los candeleros.
.-Instalación de una maniobra adecuada para la toma de rizos en la vela mayor.
.-Instalación, por todo el perímetro de la cubierta, de una línea de vida con un cable de acero galvanizado de longitud superior a cualquier cable de la jarcia firme, sirviendo también así de repuesto.
.-Instalación de motones, mordazas y cornamusas para hacer más cómoda la maniobra.
.-Recorrido, limpieza y engrase de los pasa-cascos, grifos de fondo y molinetes (todo de bronce).
.-Refuerzo de la fijación de la taza del WC marino.
.-Recorrido y sustitución parcial de la instalación de gas de la cocina.
.-Fijación más adecuada del compás, dotándolo de iluminación independiente.
.-Reparación de los cabezales del tangón y preparación de su maniobra.
© Román Sánchez Morata 1998-2001-2013