Apuntes de una travesía en solitario -10-
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FERNANDO DE NORONHA
La impresión que recibo al salir a cubierta cuando se hace de día no puede ser más agradable. El impacto visual es menor —estuve aquí el año pasado a bordo de una goleta— por no constituir absoluta novedad, pero de cualquier forma es extremadamente relajante ¡es tan bella esta isla! La vista descansa y se regocija en los colores reencontrados, especialmente el verde. Luce el Sol y hace calorcillo, me pongo las gafas submarinas y disfruto nadando es esta agua cálida y transparente. Buceo y observo el fondo lleno de vida, aprovechando la ocasión para comprobar el agarre del ancla. Desayuno y permanezco en cubierta sin hacer nada. Dejo transcurrir el tiempo mirando y dejándome penetrar por la tibieza del sol. En el aire los rabihorcados arrebatan las presas a otros pájaros y se pelean entre sí. Vuelan con tanta elegancia y ligereza que, en comparación, las gaviotas parecen torpes y pesadas.
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El viento sopla del SE, de manera que estamos con la proa mirando a tierra en la amplia Bahía de San Antonio. A estribor en la cima de una punta acantilada que cierra la bahía por el W, se distingue claramente el gris de las piedras que conforman el viejo fuerte portugués de Los Remedios. Más a estribor y a lo lejos, Monte Pico la máxima altura del archipiélago —327 metros— que desde donde estamos se ve como un pétreo dedo apuntando al cielo, pero desde el Sur se ve como un falo erecto, apreciándose incluso el glande del mismo. Frente al barco se observa la playa y el muelle casi terminado (ahora se podrá desembarcar a su a su abrigo sin mojarse), a babor y a continuación una pequeña playa de cantos rodados y el edificio de la Cofradía de pescadores. Más a babor un trozo de costa baja y rocosa y Punta de San Antonio, extremo NE de la bahía y de la isla. Después las islas de San José y Rasa, un poco más lejos la isla Rata con el mar reventando en esta última zona con los arrecifes que descubren en marea baja. Hay otros cinco veleros fondeados, cuatro al Este del espigón y un catamarán al Oeste de su punta. Nosotros estamos demasiado lejos, pero anoche las luces que iluminaban los trabajos en el rompeolas me deslumbraban y preferí fondear más lejos para evitarme sorpresas.
Al rato se acerca remando el Patrón de un barco francés de acero —visto en Itaparica— y me pregunta si necesito ayuda para fondear más cerca, pues piensa que no tengo motor. Si bien es cierto que entré a vela, arrancare el motor para acercarme. Charlamos un rato, aunque mi pésimo francés dificulta la cosa. Zanganeo toda la mañana sin decidirme a hacer nada. Más tarde se acerca Dan, el solitario del catamarán francés que conocí en Salvador. Él ha empleado siete días y medio en efectuar la travesía, tuvo más suerte y pilló los alisios al quinto día de zarpar. Intercambiamos noticias —en un muy correcto castellano— y me dice que está fondeado justo encima del pecio que hay cerca del extremo del malecón, es más, está amarrado al mismo. ¡Perfecto! Así sabré con seguridad donde se encuentra el buque hundido de marras, pues para variar tampoco tengo carta de estos pagos.
Después de comer me acerco más a la playa y anclo por la popa del catamarán de Dan en 6 metros de fondo, filando 35 de cadena. También fondeo la segunda ancla —15 metros de cadena y 40 de cabo— y la dejo en banda, sin trabajar, únicamente como seguro para ir a tierra con tranquilidad. Al acabar la maniobra me sumerjo y compruebo el agarre de las dos anclas. Aún estoy un poco lejos de tierra para ir remando contra el viento, pero así hago ejercicio y preservo mejor mi intimidad.
Después del anochecer Dan viene a buscarme —aún no he inflado mi bote— y me invita a cenar en su cómodo catamarán junto a Cecilia y Edi del “Clavileño” (de bandera francesa, pero construido en Cádiz en 1.948). Qué buena cosa es volver a disfrutar de compañía. Por la noche duermo como un lirón.
A la mañana siguiente inflo mi anexo y desembarco. Ando con verdadero placer los dos kilómetros hasta la Villa. En la lista de correos hay cartas para mí. Tomo unas cervezas heladas mientras reconozco algunos lugareños. Compro pan fresco y algunas provisiones.
Los siguientes días son una continua maravilla: Baños, buceos, largas caminatas, algo de pesca con anzuelo —la única permitida—, paseos por las playas de la isla y lambadas a la luz de la luna en el simpático chiringuito que hay encima de la playa de las palmeras, junto al hotel.
Gozo de la amistad de los isleños. Realizo una excursión al Pico, superando el vértigo que me produce la ascensión por los trescientos y pico de oxidados peldaños colgados del vacío, pero la visión desde la cima vale, en verdad, la pena. ¡Fantástico!
Fraternales cenas y hogueras en la playa con los colegas de los demás barcos. Riquísimas degustaciones de badejo a la brasa con los pescadores.
Más lambadas, muchas caipirinhas, algunas caladas de maconha, algo de flirteo. Simplemente dejar que el tiempo transcurra, sin planes. ¡Qué maravilla!
Podría pasarme meses holgando por aquí, pero poco a poco voy efectuando las pequeñas reparaciones de rigor y preparando a Finisterre para la próxima etapa, que probablemente sea el cruce del Atlántico. Me voy mentalizando y estudiando la estrategia conveniente. Sé que tengo que zarpar entre el 10 y el 25 de agosto si quiero aprovechar los alisios del SE bien hacia el Norte. Como mi destino es, en principio, Tenerife, puedo escoger entre dos opciones: Directamente desde aquí, invirtiendo para ello entre 35 y 45 días, o hacer escala en el Archipiélago de Cabo Verde, después de 14 a 20 días de navegación y después entre 15 y 25 días desde allí a Canarias. Ambas opciones son similares respecto al tiempo total de navegación, con quizás una ligera ventaja para la segunda, siempre que zarpe antes del 25 de agosto. A priori, la segunda es más apetecible porque son menos días de mar seguidos y siempre es agradable hacer escala en las Islas de Cabo Verde; sin embargo la travesía desde estas últimas hasta las Canarias, probablemente será bastante dura. Ya veremos que decido.
Este archipiélago es un Parque Natural Protegido y es increíble la vida que bulle bajo la superficie del mar. Uno cree estar viendo un reportaje del Comandante Costeau, pero más espectacular y ¡en vivo! En el pecio —un destructor brasileño hundido hace más de 15 años— y sus alrededores el agua es una explosión de movimiento y color. Como está al lado de mi fondeadero, no me canso de nadar y bucear. Los peces no tienen ningún temor y se acercan hasta casi tocar. Además de una infinita variedad de pequeños peces, se ven grandes meros —o similares—, tortugas y alguna manta-raya. Afortunadamente no he visto ningún tiburón, aunque creo que no deben representar peligro por la abundancia de comida a su disposición. De cualquier manera, como dicen que los tiburones se alimentan principalmente de noche, en las horas de oscuridad me abstengo de nadar.
Una noche voy a cenar al buffet libre del hotel y me atiborro de exquisiteces olvidadas por el equivalente a 7 dólares USA. Aunque a estas alturas mi economía es ya “economía de guerra” —estoy viviendo con 3 o 4 dólares diarios—, un día es un día. El hotel utiliza como dormitorios los barracones de plancha ondulada de la antigua base norteamericana, teniendo una capacidad máxima de 30 plazas. Existen también un par de pequeñas pensiones. El turismo es por aquí más bien escaso y mayoritariamente dedicado al submarinismo.
Otra noche me acerco a una feria popular en la Villa de Los Remedios, en donde hago nuevas amistades entre las risas y el buen humor general.
Se van algunos barcos y llegan otros. Mi francés mejora a ojos vista pues casi todos los barcos son de esa nacionalidad. Uno de los barcos recién llegados es de nacionalidad británica, habiendo coincidido con él en otros lugares de Brasil, así que practico el inglés que aún es sensiblemente mejor que mi francés. No obstante la lengua que utilizo con más frecuencia es el portugués o brasileño. Cuando nos reunimos todos, resulta asombrosa la facilidad con que saltamos de una lengua a otra; imagino que desde fuera debe oírse como una cacofonía, pero la verdad es que nos entendemos.
Vienen algunas visitas a bordo y me doy cuenta de cuán orgulloso estoy de mi barco.
Foto: https://upload.wikimedia.org/
Este interesante archipiélago se encuentra situado a unas 180 millas de cabo San Roque. Está constituido por 16 islas e islotes, extendiéndose 8 millas en dirección SW a NNE. La isla mayor es la de Fernando Noronha, podemos considerar asimismo como islas Rata y Rasa, siendo los restantes islotes de pequeño tamaño. Todos los habitantes —alrededor de 2.000— se concentran en la isla mayor, siendo el núcleo de población principal, con 700 habitantes, la Villa de los Remedios. Originalmente las islas estaban deshabitadas. El archipiélago fue descubierto el año 1.503 por el navegante portugués del mismo nombre. A finales del siglo XVI fue colonizada, construyéndose con posterioridad el Forte dos Remedios que domina el mejor fondeadero y lugar de desembarco de las islas. En el transcurso de los siglos XVII y XVIII los holandeses, franceses e ingleses efectuaron diversas incursiones y temporales ocupaciones. Durante el siglo pasado y principios del presente fue un centro penitenciario federal. Los alcaides efectuaron sucesivas talas de bosques para evitar que los reclusos construyeran balsas con las que fugarse, motivo por el que en la actualidad apenas existen arboles. En 1.942 los EE.UU. establecieron una pequeña base de vigilancia electrónica y, con posterioridad, seguimiento de cohetes. Las instalaciones se desmantelaron en la década de los 70. Aún pueden verse viejos y herrumbrosos cañones en algunos lugares. Los norteamericanos construyeron un pequeño aeropuerto, utilizado hoy en día para los enlaces aéreos con Recife, que se efectúan en pequeños bimotores de hélice.
Desde 1.942 hasta 1.989 el archipiélago constituyó un territorio federal autónomo brasileño con un gobernador militar. Desde finales del 89 es parte integrante del Estado de Pernambuco. Este hecho fue mayoritariamente contestado por la población de la isla, que teme se convierta en un centro de vacaciones de la alta burguesía pernambucana con el riesgo, en ese caso, de perder la tranquila y tradicional manera de vivir isleña, de construcción incontrolada y rotura del delicado ecosistema del archipiélago.
El visitante deberá abonar una tasa de 5 Nuevos Cruzados por persona y día —en agosto de 1.989 = 2 US $—. La estancia en las islas está limitada a una semana, aunque solicitándolo a las autoridades es posible prolongarla, si la causa es justificada, pagando una tasa más elevada.
Recalar es fácil si hay buena visibilidad —casi siempre excepto con lluvia—. La isla mayor se distingue, desde la cubierta de un velero, a 15 o 20 millas. Hay que tener en cuenta la corriente existente en esa zona que tira hacia el oeste con una velocidad de entre 0,5 y 1 nudo. Es aconsejable evitar la costa sur del archipiélago o darle mucho resguardo por ser costa a sotavento y existir diversos bajos y arrecifes. De noche también es fácil la recalada pues el aerofaro situado en la cima del Pico se ve desde muy lejos y más cerca se divisa el faro de la isla Rata. Para mayor seguridad es aconsejable proceder al fondeadero de la bahía de San Antonio desde el Noroeste y con un rumbo perpendicular a la costa, consejo aplicable —como saben todos los marinos prudentes— en cualquier acercamiento a lugares desconocidos. En los meses de diciembre y enero es posible que los alisios del NE desciendan hasta la latitud de las islas. En ese caso hay que fondear en la bahía del Sureste, lugar de angosta y difícil entrada, debiéndose proceder con mucha precaución, de día y con carta náutica detallada o indicaciones de los pescadores locales. Los restantes meses del año los vientos predominantes son los alisios de entre ESE y SSE con fuerza 3 a 6.
El fondeadero de la bahía de San Antonio en el NE de la isla principal esta resguardado completamente del mar —entrando, en ocasiones, mar de leva que lo hace más incomodo—, pero no del viento que sopla a menudo con rachas violentas. El tenedero no es malo, pero tampoco excepcional. En el edificio de la cofradía de pescadores se puede conseguir agua potable procedente de una planta potabilizadora de agua salada. A unos 200 metros de la playa donde se efectúa el desembarco hay una gasolinera donde se consigue gasoil y gas —bombonas brasileñas—. Aproximadamente a kilometro y medio de la playa, en la primera aldea que se encuentra, existe una panadería que hace pan diariamente, pan dulce o salado sabrosísimo. Hay en la misma aldea un supermercado donde se pueden conseguir algunas conservas, legumbres, azúcar, sal y productos envasados. Más lejos, pasada la Villa de Los Remedios, en la pedanía donde se encuentra la escuela, hay un huerto donde se puede comprar verdura. Pasado el aeropuerto se puede conseguir plátanos y papayas a buen precio.
¿Qué más puedo decir? ¡Ah, sí! Hay una variedad de cabras domesticas, que parece son únicas en el mundo, con largas barbas y grandes cuernos. También hay una variedad de lagartijas autóctonas muy vistosas y confiadas. En fin, aconsejo encarecidamente a todos los navegantes que crucen estas aguas, no desperdiciar la oportunidad de visitar este acogedor y lindo archipiélago. Añadir que los 14 días de estancia han pasado volando, y que espero volver en otra ocasión.
Foto: https://boutiquedoturismo.com.br/
Nota 1: En 1.990 volví a pasar por la isla que seguía igual, pero la tasa por un barco de 25 toneladas de GT y 2 tripulantes era de 27 US $/día.
Nota 2: En 2010, un conocido que había estado el año anterior me informó que la isla se había puesto de moda entre la gente famosa y/o de poder adquisitivo alto y, en consecuencia, se había puesto prohibitiva para navegantes de escasos recursos —la tasa diaria de estancia para un velero de 33’ era el equivalente a 60 €—.
©Román Sánchez Morata 1998-2001-2013
Vídeo: Fernando de Noronha vista do céu
Vídeo: Fernando de Noronha - Pernambuco - Brasil
Undécima entrega: VIENTO DE TRAVESÍA